sábado, 7 de septiembre de 2013

Desencontrado

Hoy era la noche en la que no me iba a encontrar,
la madrugada donde no iba a ver el amanecer,
la resaca que no iba a disfrutar,
las canciones que no iba a bailar,
el escape sin éxito…

Entonces traté de garabatear el dibujo sin color,
las ganas de volver a mi cuerpo,
el milagro de la transformación de la hoja en blanco en el mensaje en botellas,
la última esperanza del naufragado o ebrio…

Pero el lápiz ya no es la fantasía sexual de mis dedos,
y la mano ya no coordina con la imaginación,
la cabeza te tira abajo toda inspiración,
y no hay faro, no hay musa, no hay canción,
no hay botella, mensaje, ni mar…

Y te refugiás en la almohada,
Y tratás de callar al pecho  inquieto (pero no alegre),
Y tratás de olvidar que no sos de acá,
Y tratás de recordar esa sonrisa que parecía eternidad,
en cada canción, en cada película,
cada suelo, cada lluvia…,
en cada intento no frustrado de garabatos…

que buscaba encontrarme.

lunes, 4 de febrero de 2013

Vuelta a trasnochar entre lápices: "Si no saben volar..."

Una pintada de acción poética, me hizo acordar de a "el lado oscuro del corazón", un poema de Oliverio Girondo, y un garabato que tenía ganas de dejar en hojas hace meses. Las ganas de siempre posar miradas y gustos, en lo distinto, en volver a las alturas, como alguna vez se supo volar.


Espantapájaros I (Oliverio Girondo)
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible
- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo conmigo!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
 ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.